En la antigüedad un alfarero realizaba diferentes
clases de vasos, entre los cuales estaban: los vasos de honra, los de
misericordia y los vasos escogidos.
El comprador se acercaba a la tienda del alfarero y
adquiría los vasos de honra para colocarlos en la puerta de la casa y el
viajero que pasaba por allí se podía acercar y tomar agua.
El vaso de misericordia lo adquirían también para dar
de beber a los viajeros, pero a diferencia de los vasos de honra este se
ubicaba en el camino.
Ambos vasos tenían un gran uso, ambos eran fabricados
por el alfarero, pero el vaso escogido era el vaso de mejor de diseño, de mejor
forma, para un uso especial, era el vaso mejor fabricado, porque quedaba tal y
como el alfarero lo esperaba; entonces satisfecho de su obra, colocaba su firma
en la parte inferior del vaso.
El alfarero ubicaba el vaso escogido en un lugar
oscuro de la tienda, donde los compradores no lo veían; y cuando un comprador
le decía: “Estos vasos están bonitos, pero no es lo que busco”, entonces el
alfarero le respondía “tengo un vaso que no es como los otros, es un vaso
diferente, este vaso tiene un valor especial”, el alfarero se acercaba al vaso
escogido y en ese momento lo ofrecía.
El vaso nos representa a nosotros, y el alfarero es
Dios, de nosotros depende el ser un vaso de honra, de misericordia o por el
contrario ser un vaso escogido. El vaso escogido es un vaso que ha permitido el
moldeo de Dios en su vida, que no se ha interesado por mostrarse, que por mucho
tiempo duro en silencio, callado, de pronto donde nadie lo veía, pero siempre
buscando el rostro de Dios y permitiendo la impresión del carácter de Cristo en
su vida.
Ninguno de estos vasos hace una mala función, pero hay
uno que hace una mejor función, y esa es la persona que no se conforma con
hacer lo necesario, con lo que le toca, por el contrario siempre hace la
perfecta voluntad de Dios y en todo momento da la milla extra.
Ahora la pregunta es: